LA MARATÓN DE UN IRONMAN
Ya no se corre con reloj
Víctor Arroyo
8/25/20252 min leer


17 de agosto, Ironman Copenhague, Dinamarca.
Cruzaba la meta en 7h55min, mi segunda vez bajando de las ocho horas en la distancia Ironman. Pero lo verdaderamente importante de ese día no fueron las horas, los minutos ni los segundos. Fue la maratón.
La maratón en un Ironman no se parece a ninguna otra. Es el momento en el que el cuerpo llega al límite y la cabeza decide cuánto más se puede dar. Es la prueba que separa al que compite del que sobrevive.
Hace años tomé una decisión que cambió mi manera de correr, hacerlo sin reloj. Nada de ritmos por kilómetro, nada de mirar la pantalla del pulsómetro. Solo escuchar al cuerpo.
En Dinamarca, lo volví a hacer.
Cada zancada era información. La respiración marcaba el paso. El estómago avisaba de si la nutrición estaba funcionando. Las piernas enviaban señales claras, “ahora sí”, “ahora aguanta”, “ahora dosifica”. El reloj no podía decirme nada de eso.
No es un salto de fe, es un método. Y, sobre todo, es entrenamiento. A fuerza de repetirlo, uno aprende a interpretar cada señal, a ajustar el esfuerzo en el momento justo y a confiar en que las sensaciones son más fiables que cualquier dato en una pantalla.
Los resultados hablan por sí solos:
Ironman Dinamarca → 2h43
Ironman Brasil → 2h45
Ironman Cozumel → 2h50
Ironman Portugal → 2h48
No importa que algunas de esas maratones fueran un poco más cortas que los 42,2 km oficiales. Quien las ha corrido sabe que cada metro cuesta lo mismo. Lo que importa es la consistencia, todas están dentro de un mismo rango, todas se sostienen con la misma estrategia, correr por sensaciones.
Lo interesante es que esto no solo me funciona a mí, es lo que transmito a mis deportistas. Muchos creen que necesitan el último modelo de GPS para controlar cada segundo de su carrera, yo les enseño lo contrario, a no depender del reloj, a leer lo que de verdad está pasando en su cuerpo, a confiar en que pueden mantener un ritmo competitivo sin miedo a reventar.
La maratón de un Ironman no empieza en la línea de salida, empieza en la cabeza, en la manera de afrontar cada kilómetro. Y cuando eres capaz de escuchar a tu cuerpo y de responder a lo que te pide en cada momento, el reloj deja de ser un juez. Solo se convierte en un dato más.
Ese día en Dinamarca lo confirmé una vez más. Otra maratón sólida, otra vez la misma sensación, la gestión fue buena, el cuerpo respondió y la meta llegó sin necesidad de mirar ninguna pantalla.
Pero esto no es fruto del azar. La clave está en lo que sucede mucho antes de la carrera, en los entrenamientos. Ahí es donde trabajo la capacidad de escuchar al cuerpo, interpretar cada señal y sostener ritmos sin depender de un reloj. Es un proceso que repito una y otra vez con mis atletas, porque cuando llega el día de la competición, esa confianza ya está construida.
Y lo que ocurre entonces es sencillo, la seguridad se transforma en rendimiento. No hay dudas, no hay miedo a pasarse de ritmo. Solo hay certeza en cada paso, en cada decisión.
Esa es la diferencia entre correr con un reloj… y correr con confianza.