IRONMAN MALASIA
Cuando darlo todo es suficiente
Víctor Arroyo
10/20/20244 min leer


El Ironman de Malasia es conocido por sus condiciones extremas. Solo quienes han competido en este evento saben lo que es lidiar con el calor y la humedad asfixiante, enfrentándose a retos que van más allá de lo físico. Es una prueba que te obliga a sacar lo mejor de ti desde el primer segundo hasta el último, y esa fue precisamente mi experiencia.
Los días previos al evento fueron sorprendentemente tranquilos. Decidí relajarme, conocer la isla y sumergirme en su cultura. Moverme en moto por las estrechas carreteras, explorar la densa selva tropical y disfrutar de la fauna local me dieron la paz mental que necesitaba. Incluso tuve la oportunidad de disfrutar de algunos de los mejores restaurantes de la isla, ubicados en hoteles de lujo. Comer en esos lugares, seguros para el estómago y mucho más económicos que cualquier restaurante de Madrid, fue un lujo inesperado. Sin embargo, aunque la calma era real, una parte de mí sabía lo que venía: uno de los retos más duros que había enfrentado en mi carrera.
El día del Ironman llegó y todo cambió. Empezamos con los 3800 metros de natación en un agua a 30 grados centigrados donde el riesgo de picaduras de medusas era constante. No es lo mismo imaginarlo que vivirlo, el olor a vinagre en el aire te recordaba lo que podía pasar en cualquier momento, ya que es lo que suelen usar cuando alguien sufre una picadura. El agua, cálida y densa por la humedad, se sentía como una premonición de lo que vendría más tarde en la carrera.
Al salir del agua, me esperaban los 180 kilómetros de bicicleta, con un desnivel acumulado de casi 1500 metros. Lo curioso es que, además del reto físico que supone esa altimetría, el tráfico estaba abierto en muchas zonas del recorrido. Había que tener un cuidado extremo al adelantar, a veces la visibilidad era tan limitada que el peligro se sentía constante, y como español, adaptarme a conducir por la izquierda añadía otro nivel de dificultad. Este no era un Ironman normal, era una prueba en la que tenías que estar alerta en todo momento. Cada kilómetro pedaleado bajo ese calor intenso se sentía como una pequeña victoria, pero en el fondo sabía que lo peor estaba por llegar.
La maratón. Los 42,2 kilómetros finales fueron, sin duda, lo más duro del día. Un circuito con casi 500 metros de desnivel que, combinado con el calor del mediodía, se convirtió en un verdadero calvario. Estaba corriendo, pero mi cuerpo simplemente no respondía como debería. Cada paso era más difícil que el anterior, y no importaba cuánto lo intentara, no lograba correr con la velocidad a la que estoy acostumbrado. Fue un momento crítico. Mi mente empezaba a llenarse de pensamientos negativos y tuve que hacer un esfuerzo monumental para gestionarlos. Mi objetivo original, estar en el podio, parecía cada vez más lejano.
Sin embargo, en medio de esa lucha interna, encontré una nueva motivación. Sabía que tenía que defender ese séptimo puesto. En mi cabeza, creía que solo los siete primeros recibirían un premio económico, y eso me dio la energía que necesitaba para seguir adelante. Pensaba en todo lo que había sufrido desde el inicio del evento, en lo duro que había trabajado para estar cerca del top 5. Sabía que, aunque las cosas no estaban saliendo como esperaba, tenía que aguantar, no podía salir de la isla sin ese incentivo.
Con cada paso, recordaba el esfuerzo, no solo mío, sino de todos los que me apoyan: mi mujer, mis hijos, mis patrocinadores. Ellos estaban conmigo en cada kilómetro, empujándome cuando yo sentía que no podía más. En esos momentos, no es solo por ti, hay algo más grande detrás de cada zancada, algo que va más allá del resultado en sí mismo. Y aunque en ese momento solo pensaba en mantener el séptimo puesto, después me di cuenta de que premiaban a los diez primeros, me habría empujado igual, pero esa pequeña confusión me mantuvo luchando en los momentos más oscuros.
A veces, no se trata de cumplir exactamente con el objetivo que tenías en mente. No llegué al podio, pero aprendí algo aún más importante, cuando das todo lo que tienes, cuando te esfuerzas más allá del 100% que pensabas posible, ya has cumplido tu meta. Puede que no siempre sea el resultado que esperabas, pero si diste lo mejor de ti, si no dejaste nada en el tanque, entonces ya ganaste.
Al final, la experiencia de Malasia fue mucho más que una carrera. Fue una lección de vida, una prueba de carácter. Fue entender que, aunque los resultados a veces no reflejan el esfuerzo, el verdadero éxito está en seguir adelante, incluso cuando todo parece en contra. Porque al final del día, no solo corres por ti, corres por todos los que te han apoyado, por aquellos que creen en ti. Y en ese sentido, Malasia fue un éxito absoluto.