IRONMAN HAWAII

La magia y el desafío de un Campeonato del mundo en primera persona

Víctor Arroyo

10/28/20245 min leer

La Isla Grande no es solo una carrera. Es un sueño que alimenta a cada triatleta que aspira a estar entre los mejores. Desde que inicias en este deporte, Kona se convierte en esa meta que te despierta cada mañana, el lugar que promete recompensar todo el sacrificio. Pero al llegar allí, te das cuenta de que Kona es mucho más que el sueño; es la cruda realidad de un lugar que no se rinde, ni perdona.

Hoy, el protagonista de nuestro blog es Benito González, uno de nuestros atletas en DZero, quien ha llevado su rendimiento y determinación al límite este año. En un 2024 lleno de altibajos, Benito se ha enfrentado a momentos difíciles en su preparación, superando obstáculos para mantenerse en el camino. Kona ha sido el tercer Ironman de la temporada para él, y no ha sido nada fácil llegar hasta aquí.

Con una planificación compleja y exigente, repleta de eventos de alto calibre, Benito culmina el año en el Ironman de Hawaii. Este logro, más allá de la competición, representa la resiliencia de un deportista que, ante cada adversidad, encontró la fuerza para superarse. A continuación, os dejamos sus palabras, una reflexión sincera sobre los desafíos, aprendizajes y la emoción de competir en la cuna del triatlón.

"El Significado de Kona: La crónica de Benito González en el Ironman de Hawaii"

El Ironman de Hawaii no necesita muchas presentaciones. Kona, la meca del triatlón. Imágenes de los años ‘90 los sábados y domingos en Canal +, sobre las 14:00, en Transworld Sports, aquel programa de deportes “raros”, donde vi imágenes de Dave Scott ganando Hawaii, vienen a mi mente sin ser consciente de que estaban en mi imaginario desde hace tiempo.

He de decir que Kona nunca fue para mí un objetivo, un sueño como lo es para muchos. Quizás por mi recorrido en la vida y los acontecimientos que he vivido, no le doy valor a ciertas cosas materiales o simplemente mundanas. Un sueño se convierte en obsesión cuando no lo logras controlar, y hace mucho que dejé de tenerlo presente en mi vida. Pero cuando logré el slot en Cascais (no tenía ni idea del tiempo ni de la posición en carrera), acepté Hawaii por dos motivos: muchos amigos que se veían identificados en mí y que probablemente nunca podrán venir, y, sobre todo, para darle a mi hijo una experiencia y aventura que no olvidará jamás.

Hawaii conlleva un desgaste mental enorme (el económico se da por hecho, jaja). Los preparativos, billetes de avión, material, seguros, la bici, el viaje, etc., desgastan mucho, y siempre, siempre, siempre va a pasar algo. Ahí es cuando debe aparecer el espíritu Ironman, que no es simplemente el hecho de que 2.500 personas tengan mucho tesón y voluntad en su día a día y lo trasladen a un deporte que se convierte en un modo de vida.

Y sí, algo tenía que pasar, y pasó. Desde el martes anterior a la prueba, el hombro izquierdo no podía moverlo por un pinchazo. A eso se le suma que el potenciómetro se desconfigura durante el viaje, o no sé qué historias, y no me lee la potencia: hace ceros y distorsiona la potencia media. No consigo resolver ninguno de los dos problemas, y era una incógnita si podría salir del agua para coger la bici y luego cómo gestionar la bici sin poder guiarme por la potencia.

Con Víctor trazamos una estrategia: soy muy mal nadador, así que, entre la lesión y el “hombre boya” que soy, quedaba la esperanza de no perder mucho para poder remontar. No perdí demasiado respecto a mi natación con neopreno, pero, como siempre, me quedé muy lejos de los puestos de cabeza (una pérdida de 15 minutos que, en un Campeonato del Mundo, es muy complicado remontar). En bici, hablamos de guardar hasta Hawi, giro en el km 95, y luego atacar sobre el 140, cuando la gente va cadáver. Es impresionante ver cómo se inmolan en los primeros 90 km y luego todos esos que te pasan como aviones los vas recogiendo uno a uno en los 60 kilómetros finales. Del drafting, mejor ni hablar, y lo peor es que varios españoles me reconocían que lo hacían; lógico que luego salgan esas medias. Al no llevar una lectura fiable del potenciómetro, pierdo tiempo en los primeros 90 km al ir demasiado conservador, y también por respetar el drafting: cada vez que me pasaba un grupo, me levantaba, y eso hacía perder tiempo y velocidad. En Hawi decido arriesgar, al ir “fresco” de piernas por haber reservado, y en el km 140 ataco viendo que la gente iba en cadencia baja, ¡auténticos cadáveres en la bici! Lo irónico es que me sancionan con un penalty box cuando iba todo el tiempo por el centro de la carretera adelantando a grupetas haciendo drafting, y a los que hacían drafting no los sancionaban, de risa.

Sabiendo que se me habían ido 10-12 minutos en bici más el minuto del penalty box, y que el día estaba duro al ver a los pros pasándolo mal, solo me quedaba sufrir en la maratón, porque los ritmos de 4:10/km que hablé con Víctor iban a ser complicados. Como él me dijo, Ali’i Drive era para ver cómo íbamos de piernas, y la verdad, bien. Fijé un ritmo de 4:20/km, y los primeros 10 km salieron fáciles; el problema fue entrar a Queen K, un calor que se mete en la mollera y parece que te pesa el coco. Un par de crisis, baño de agua, hielo, coca cola, y me recompuse camino del Energy Lab, ya en ritmos de 4:10-4:15/km, viendo a mucho walking dead y cómo me animaba la gente por el ritmo que llevaba. En Energy Lab, kilómetro 28, teníamos preparado el segundo ataque para subir puestos en ese momento que la gente ya iba KO, y así fue. Dejé el Energy Lab, volví a Queen K y fue volar hacia Kona, kilómetros muy estables rondando 4:00/km. Maratón muy, muy sufrida, donde para mí fue peor Queen K a la ida que el Energy Lab en sí.

Entrada a meta muy saboreada, muy entero, adelantando 200 puestos desde la salida del agua, pero que me deja cierto sinsabor por la bici y la carrera a pie; creo que ambas pudieron ser mucho mejores, pero viendo el día que hizo, debo estar contento de la capacidad de gestión ante todas las adversidades de la semana y del día de carrera. Muy contento por no cometer errores de principiante, controlé todo eso muy bien y me paré lo mínimo en avituallamientos; en Vitoria fue un desastre.

No me gustan las crónicas de sangre, sudor y lágrimas, de épica y misticismo. Podría haber escrito mil adjetivos y explicaciones de qué es estar aquí y la experiencia desde dentro de ese lugar que llevamos viendo por imágenes desde hace años… pero no va conmigo. Solo diré que esto hay que vivirlo. Es un sitio que engancha, enamora, gusta, y sí, volveré sin lugar a dudas. Estos 10 días han sido mágicos, y la carrera en sí tiene ese aura del que tanto se habla.

Una experiencia para el recuerdo, que tendré presente el resto de mis días.