IRONMAN BRASIL
La guerra silenciosa
Víctor Arroyo
6/8/20253 min leer


A veces la semana previa a una competición no sale como uno espera. Aterrizas en un país con ilusión, bien preparado, con semanas sólidas de entrenamiento a las espaldas… y, de repente, virus. Desde que llegué a Brasil, el cuerpo empezó a avisar. Me sentía raro, cortado, sin chispa, con una buena congestión de mocos y flemas. La clásica sensación de estar librando una batalla interna sin haber empezado todavía la carrera. Enganchado al paracetamol hasta el mismo día de la prueba. No fue la semana ideal antes de un Ironman, ni mucho menos. Pero cuando suena el despertador a las 4:00 de la mañana, hay una decisión que ya está tomada de antemano, no he venido hasta aquí para rendirme. He venido a competir. No a lamentarme, y eso fue lo que hice.
Quiero aprovechar para dar las gracias de corazón a todos los que me mandasteis vuestro apoyo en los días previos, a los que os interesasteis por cómo estaba y me mandasteis ánimos. Os conté lo justo, también porque os pedí que no lo comentárais mucho… no por falta de confianza ni de agradecimiento, sino porque no me gusta poner excusas antes de competir. La cabeza tiene que estar centrada en lo que uno va a hacer, no en justificar lo que puede salir mal. Esa es mi forma de entender este deporte y mi forma de respetarlo.
La natación fue discreta. Fuimos un triatleta y yo nadando completamente en tierra de nadie, sin grupo, sin referencias. No nadé mal, pero el circuito me resultó raro, era mi primera vez en Brasil y me costó leer bien el recorrido. Salimos del agua con varios minutos perdidos respecto a los primeros. Y ya en la transición me encontré con la realidad, 9 minutos perdidos con la cabeza de carrera. Tocaba remar.
La bici era el segmento en el que más había confiado en esta preparación exprés de 10 semanas. Sabía que llegaba con buenos datos, que el trabajo estaba hecho. Buscaba un 4h10 o incluso algo mejor si el cuerpo respondía. Pero no era el día. No tenía esa chispa, ese punto de agresividad que te permite sacar los 15-20w extra en los momentos clave. Así que decidí ser inteligente, mantener los vatios planeados, sin forzar más de la cuenta, sin hipotecar la maratón. Terminé en 4h15. En un día complicado, con congestión y sin brillo, me supo a mucho. Fui eficiente y, sobre todo, no me vacié antes de tiempo.
En la T2 me bajo a correr a 6 minutos del top 5, empiezo la maratón a ritmo de 3:50/km, que era el plan, pero desde los primeros kilómetros noto que no es mi día. Las piernas no iban mal, pero no me sentía fluido. Ni el cuerpo ni la cabeza tenían esa soltura de los días buenos. Aun así, me aferro al plan, me agarro al ritmo, al pulso, a la cabeza, porque eso también se entrena, seguir adelante cuando no estás volando. Seguí luchando cada kilómetro, cada vuelta, cada avituallamiento, hasta el último metro.
Cruzo la meta con una maratón en 2h45, con un sprint final de esos que duelen… que no fue suficiente, se me escapa el séptimo puesto por solo 7 segundos, octavo profesional, tiempo final: 8h04.
Lejos del tiempo que sé que puedo firmar, lejos de lo que hubiera soñado, pero muy cerca del mejor rendimiento que podía sacar ese día. Porque esto también es parte de la competición, sacar el máximo con lo que tienes. Y cuando el cuerpo te lo pone difícil, cuando vas con el freno echado desde la salida, pero aún así luchas cada segundo… ahí también hay victoria.
Es el primer Ironman del año, tras solo 10 semanas de preparación y con una semana previa marcada por un virus. Y aun así, acabo con la cabeza alta y orgulloso, orgulloso de haberlo dado todo, de haber competido como lo que soy, y de haber representado a los míos, a mi equipo y a mis patrocinadores con dignidad, esfuerzo y compromiso.
Porque cuando el cuerpo dice que no, y tú empujas igual, ahí también se gana. Ahí también hay victoria.
Gracias a todos por estar ahí siempre.