ASÍ VIVÍ IRONMAN CHATTANOOGA

Mi tercer ironman del año

Víctor Arroyo

10/1/20253 min leer

El pasado fin de semana cerré mi tercer Ironman del año en Chattanooga (Tennessee) con un resultado que me deja muy contento, top 10 en una carrera de mucho nivel. Fue un día con altibajos, con momentos en los que las piernas pedían parar y otros en los que parecía que todo fluía. Pero por encima de todo, fue una confirmación, el trabajo de todo el año sigue dando frutos.

Puedes parecer que Chattanooga es un Ironman cualquiera, pero no lo es. Es calor húmedo, es desnivel inesperado, es luchar contra el viento, contra el reloj… y contra uno mismo. Es una de esas pruebas que te obligan a sacar todo lo que tienes y un poco más.

La prueba arrancaba en el río Tennessee, con una corriente a favor que a todos nos regaló minutos. Pero lo importante no fue el tiempo (44 minutos sin neopreno), sino la sensación, salí del agua fresco, ligero, con la sensación de que el día podía ser grande.

El circuito ciclista de Chattanooga no tiene una subida mítica ni un puerto interminable, pero acumula casi 1500 metros de desnivel en forma de repechos, toboganes y kilómetros que no te dejan relajarte. Nunca.

Es un recorrido mental. Tres vueltas en una autopista. La primera vuelta la disfrutas, ves referencias, te ubicas, mides a los rivales. Pero después, cuando entran los grupos de edad, todo se mezcla. Ya no tienes esas referencias claras y toca cambiar el chip, solo tú, tu ritmo y tu capacidad de resistir.

En la última vuelta, el viento se levantó y bajó mi media de 43 a 42,5 km/h. Parece poca cosa, pero cuando llevas más de 150 km en las piernas, cada décima es un recordatorio de que esto no es gratis. Terminé la bici en 4h15min, sabiendo que el día todavía tenía preparada la parte más dura.

Me tomé la T2 con calma. En ese punto ya no importan unos segundos más o menos. Lo que importa es salir entero, preparado. El problema es que no había reconocido el circuito los días previos. Mi cabeza imaginaba algo llano. La realidad, un recorrido con casi 500 metros de desnivel y un calor húmedo que se pegaba al cuerpo como una losa.

La clave era clara, aguantar. No correr rápido, sino correr inteligente. Sabía que muchos de delante iban a caer, y que si yo resistía, la carrera me acabaría devolviendo posiciones.

Y así fue. Me mantuve firme, aunque en un punto llegué a estar 12º. Las piernas gritaban, la cabeza dudaba, pero quedaban 3-4 km y delante tenía dos rivales. Y entonces salió esa chispa. Ese último esfuerzo que no sabes de dónde viene, pero aparece.

Los pasé. Me puse décimo. Y ya no solté la posición hasta cruzar la meta en 8h 00min 58s. Exhausto, pero feliz.

Un top 10 puede sonar a un puesto más en la clasificación, pero aquí no es así. En un Ironman como Chattanooga, con el nivel internacional que había en la línea de salida, significa algo distinto: significa resistir, creer y no rendirse cuando más duele.

No fue la carrera perfecta. Hubo altibajos, dudas, viento, calor y un circuito más duro de lo esperado. Pero también hubo constancia, paciencia y un último arreón que me regaló un resultado para recordar.

Detrás de un top 10 hay mucho más que números. Está mi familia, que siempre me empuja aunque estemos a miles de kilómetros de distancia. Están mis hijos, que sin saberlo me enseñan cada día lo que significa darlo todo. Está mi mujer, que entiende lo que implica vivir por y para este deporte. Están los patrocinadores que confían en mí, y la gente que sigue cada carrera desde una pantalla, mandando mensajes que, créeme, llegan y se sienten.

Porque un Ironman nunca se corre solo. Aunque en el dorsal solo ponga mi nombre, en la meta siempre cruzamos todos juntos.

Chattanooga me deja la certeza de que, incluso en un día imperfecto, se puede lograr algo grande. Que cada Ironman es un viaje distinto, con su propio guion, y que lo importante no es tanto el tiempo final, sino la historia que cuentas con él.